A principios de 2022, el proyecto Juntos por la Infancia detectó que en las residencias de protección infantil en Chile existía un problema a abordar: la falta de especialización de los equipos en temáticas de salud mental, especialmente para atender los traumas complejos con el que la mayoría de niños y niñas llega a estos espacios. ¿Qué hicieron para cerrar esta brecha? Aquí te lo contamos.
Hace 7 años, y con el objetivo de mejorar el bienestar de niñas, niños y adolescentes que viven en las residencias de la red de colaboradores de Mejor Niñez, nació Juntos por la Infancia. Un proyecto cuya base es el trabajo colaborativo entre diversos actores de la sociedad y que, durante su funcionamiento, se ha dedicado a generar programas para dar respuesta a las múltiples necesidades que tienen las infancias en contextos de protección. ¿Una de ellas? La salud mental.
Así, a principios de 2022, comenzaron a desarrollar Formación y Acompañamiento en Salud Mental en Residencias, un programa específico para mejorar la calidad de los cuidados que reciben las niñas, niños y adolescentes en estos contextos. Y para hacerlo, se pusieron como meta perfeccionar las intervenciones asociadas a abordar el trauma complejo con el que la mayoría llega a estos espacios: capacitar a trabajadores de las residencias y a todas las personas que se relacionan directamente con niñas y niños, para lograr que sean capaces de implementar intervenciones afectivas, sensibles y considerando las necesidades propias de sus realidades.
Ganadores del Fondo Transforma Colunga Huneeus, el que desde 2022 los ha acompañado en el fortalecimiento de su implementación, hasta ahora en el programa han participado 96 personas de tres residencias de la Región Metropolitana y del Biobío, adquiriendo los conocimientos para abordar las necesidades de salud mental de cerca de 120 niños, niñas y jóvenes.
Hasta la fecha, el programa Formación y Acompañamiento en Salud Mental en Residencias ha capacitado a 96 personas de tres residencias de la Región Metropolitana y del Biobío, quienes han ido adquiriendo conocimientos para abordar las necesidades de salud mental de cerca de 120 niños, niñas y jóvenes que llegan con cuadros de traumas complejos.
Magdalena Simonetti, directora ejecutiva de Juntos por la Infancia, cuenta que esta iniciativa nació de un diagnóstico claro: la falta de especialización que tienen los equipos residenciales en temáticas de salud mental. “Nos dimos cuenta de que la mayoría tenía dificultades para abordar esto con foco en trauma complejo, y que se requería una mayor especialización”, dice. “Con el programa, se pone especial foco en instalar un nuevo paradigma sobre cómo comprendemos a niños y niñas con una mirada integral y sistémica, generando así diagnósticos más atingentes a sus necesidades reales”.
“Quienes han sido parte de esta experiencia formativa se han quedado con distintas herramientas de intervención que les han permitido comprender lo que hay detrás de la conducta de los niños y niñas y, por ende, desarrollar mayores herramientas para realizar intervenciones sensibles al trauma complejo. Así también se instala la capacidad reflexiva, fundamental para el adecuado abordaje de la salud mental de los niños, niñas y jóvenes”, dice Magdalena.
-Los niños y niñas que viven en residencias tienen características en común en torno a su desarrollo emocional. ¿De qué manera los equipos deberían responder a estas necesidades?
-Lamentablemente, todos los niños, niñas y jóvenes que están en residencias de protección han sido gravemente vulnerados en sus derechos. Es por eso que han debido ser separados de sus familias de origen. Esas vivencias traumáticas impactan de forma profunda en su desarrollo físico, emocional, cognitivo y social.
Algunas características que se repiten en ellos y ellas son creencias o una visión negativa sobre la vida, una identificación del peligro donde no lo hay o al revés: no son capaces de verlo cuando aparece. Sus cerebros funcionan en modo defensa y alerta permanente, dificultando un desarrollo normal y armónico de ciertas funciones.
Afortunadamente, existe la plasticidad neuronal, que permite modificar estas situaciones en la medida en que reciben buenos tratos de forma sostenida en el tiempo. Aquí es relevante el rol de los equipos de las residencias, que se relacionan día a día con ellos. Para que sus intervenciones sean efectivas, es clave que puedan comprender, desde la neurociencia, lo que ocurre con un cerebro traumatizado. Con ese conocimiento pueden actuar de forma sensible a las necesidades y a la historia de cada niña y niño.
Con el programa, se pone especial foco en instalar un nuevo paradigma sobre cómo comprendemos a niños y niñas con una mirada integral y sistémica, generando así diagnósticos más atingentes a sus necesidades reales, explica Magdalena.
Magdalena destaca que, si bien esta iniciativa es coordinada por Juntos por la Infancia, su realización ha sido posible gracias al trabajo con la consultora Vincularnos, quienes diseñan y ejecutan las actividades del programa, como los talleres de formación especializados, las sesiones de acompañamiento clínico mensual y la formación de supervisores clínicos.
-¿Cómo evaluarías la evolución del trabajo en salud mental que existe en residencias, para potenciar el bienestar de niños y niñas en Chile?
-Aún es un desafío que tenemos pendiente en el país. El daño con el que llegan los niños, niñas y jóvenes a las residencias es muy profundo y cronificado, lo que genera consecuencias severas en la salud mental. Si bien hoy hay conciencia de esta situación, aún no existe una oferta especializada en el sistema de cuidados alternativos. Es imprescindible poder activar el trabajo intersectorial para entregar una solución integral que incorpore diversos ámbitos de acción y disciplinas.
-En términos de resultados, ¿cómo ha impactado el programa de salud mental en residencias la salud mental de los niños y niñas?
-Si bien el programa ha generado cambios, estas modificaciones necesitan seguir reforzándose, sobre todo considerando que es un tema complejo y multidimensional.
En particular, el programa ha logrado que los equipos aumenten sus conocimientos en trauma complejo y que generen un lenguaje entre los equipos en las residencias. Se ha democratizado el conocimiento y se ha unificado la mirada en torno a este nuevo paradigma.
Sumar tanto a los equipos técnicos, como a las educadoras de trato directo en la comprensión e intervención de las necesidades de salud mental de cada niño y niña, ha sido clave. Hemos visto que no solo han adquirido mayores conocimientos, sino que también han podido reforzar la empatía, volviéndose más sensible a los niños, niñas y jóvenes y sus necesidades.